Tesoro de papel
Tengo en mi poder un tesoro formado por viejas revistas Humboldt. Llegaban a la casa de mi infancia, mi madre las leía y le comentaba a mi padre.
Los niños -y yo lo era- no accedíamos a ellas.
Mi padre las leía y mi madre las guardaba. Una tras otras, paradas, en el último estante de la biblioteca de la sala de estar. Nadie más las tocaba.
Mi madre ya no las recibía. Era más permisiva en cuanto al uso. Aún así, nadie las tocaba.
De grande vendimos el campo. Cada uno se llevó lo que pudo salvar de la hoguera o del abandono. Pedí las revistas Humboldt cuando vi que iban a quemarlas.
-Están mojadas, algunas hasta ardidas.
-No importa. Las llevo igual.
Fue lo único que me traje del lugar que más amé en mi vida: las revistas prohibidas, ahora ardidas, vulnerables, algunas con sus hojas pegadas y otras comidas por los bichos.
Las revistas...
Pero no. No las puedo regalar.
Mi padre me mostró cómo todo cobra sentido cuando adquieres la perspectiva apropiada. Tenía unos ocho años, y aquella imagen valió mil palabras.