La vida es un cuento de hadas

Uno de verdad, no estas pavadas livianas que ahora leen a los niños con el afán de protegerlos de la crueldad de los originales. Los cuentos de hadas no son crueles. Son escuelas de aprendizaje. Y hoy agradezco recordar que siempre el o la protagonista recibe ayuda de una manera inverosímil y de personajes que, en principio, no ayudan a nadie: mendigos, zorros, patos...

De nuevo me mudo. De nuevo. He visto un millón de casas, y en todas las que seleccioné termina pasando algo que tranca, cancela o cambian las condiciones. Es decir, sucede algo que hace que siga buscando. Terminé, hace una semana, por seleccionar una amoblada, y elegí renunciar a todos mis muebles y adornos. Comencé a desprenderme. Regalé, vendí, porque quedan poco menos de 10 días para la fecha de mudanza.

Hoy recibo un mail.

Listo. Mi intuición arácnida -ya es más que un común sentido arácnido- desplegó todas las alarmas porque el mail decía "Tenemos que hablar, dime la hora que puedo llamar"

En la era del celular recibir un mail con ese mensaje significa: "pasa algo con el próximo alquiler que aceptas y te bancas, o te quedas en bolas a menos de 10 días de irte y con la mitad de la casa desarmada".

En los cuentos de hadas la protagonista muchas veces se sienta a la orilla del camino a llorar. Yo me hice un té aromático y comencé a respirar hondo en lugar de responder el mail.

Suena el celular. Un mensaje de esta persona y no lo abro. Sé que necesito el té y respirar.

Entonces, con el té en la mano, abro de nuevo la plataforma de inmuebles y busco otra casa en ese rango de precio y acepto como posibilidad perder la seña. Necesito contención y noto cómo una red comienza a tejer ideas para cubrirme de la posible caída. 

Como en los cuentos de hadas, una red de hilos invisibles comienza a tejer el destino y me lleva a encontrar una casa en el mismo balneario, más pequeña pero de igual valor, aunque solo por unos meses.  No sirve la garantía que tengo pues el plazo de alquiler mínimo que acepta la institución es de un año, pero igual envío un mensaje. Y sigue tejiéndose el destino bajo mis pies diciéndome "tranquila, todo va a salir bien" mientras recuerdo la casa del casero de la chacra de mi prima. Se jubiló hace poco, y se me ocurre preguntarle si podría -en caso de ser necesario- alquilarla por un mes.

Sigue el destino tejiendo bases donde pararme mientras respiro y el té se acaba. Recibo mensaje del propietario de la casita que encontré recién. Me da la opción de alquilar mediante Airbnb, lo cual me parece genial. Mes a mes, y con esa garantía para ambos. 

La trama se pone tensa y firme cuando mi prima me dice que por supuesto que puedo ir, ella chocha de estar acompañada y que de pagar, nada.

Veamos la historia en perspectiva. Hace años, mucho antes de alquilar mi casa e irme a la chacra de un familiar -que fue el primer movimiento que pude hacer y el que luego me llevó de un lado a otro pues quemé las naves (mi casa está alquilada y no puedo volver hasta dentro de varios meses)-; Decía, mucho antes de empezar el viaje, yo quería vivir en motorhome.

Es una locura, pensaba. E igual quería. No tengo dinero, pensaba. Y ahora lo tengo. Tengo muchos muebles y cosas, pensaba. Ya las vendí o regalé porque en 10 días me iba a una casa amoblada. Entonces, percibir la red invisible que se entretejió a mis pies, me dan certeza para decirle a la muchacha: Gracias. Gracias. Gracias. Pero ya no voy a alquilar ahí. No me resultan cómodos los mail "tenemos que hablar" cuando hasta ayer hablábamos sin anunciarnos, casi a diario, y sin problemas. 

(Ahora que recuerdo, ayer en la llamada mencionó que había llevado nuestro acuerdo de alquiler -hecho en base al de la oficina estatal- a un agente inmobiliario para que lo viera. Y también recuerdo que, si bien pagué la seña, el anuncio continúa publicado). 

No sé qué necesita hablar. Pero fíjate si no es cierto que los cuentos de hadas son la vida misma. La protagonista, en este caso yo, sale a conocer el mundo con un sueño guardado e inalcanzable -vivir en motorhome- y llega a una chacra. A los pocos meses tiene que salir de allí porque vendieron la chacra, y aparece un personaje que le ofrece alquilar una vivienda por 4 meses, lo que le permite dejar la chacra sin más angustias. Pero llega el fin del tiempo acordado y la protagonista no encuentra otra casa a pesar de buscar y buscar. Hasta que aparece una carroza dorada que parece solucionarlo todo mágicamente aunque a costa de una gran renuncia: desprenderse de su historia y sus objetos.

Cuando parece que todo termina ahí, el cuento da un giro y enfrenta a la protagonista a un último obstáculo. Surge el caos. La protagonista entra en crisis. Pero los "ayudadores" tejen nuevas tramas del destino y permiten vislumbrar, más allá del revuelo, que ella tenía una realidad soñada para crear que nada tenía que ver con la seguridad de un alquiler anual en una ciudad balnearia. 

De la nada, la protagonista reconoce que de la forma en que resuelva esta última instancia será su vida futura: Como la del señor Prufock, el personaje de Thomas Eliot, o como la de Quien Sabe, porque aún no fue vivida.

La Vida, como no narra tan bien como quienes contaban cuentos de hadas en torno al fuego, dice las cosas como le salen y ofrece alternativas (Airbnb o la chacra de mi prima) Ambos son lugares temporarios que, en definitiva, es lo que necesito para decidirme a dar el saltito final.

Así que ahora, que ya terminé el té y esta breve catarsis "ordena ideas", estoy lista para responder con un: Por favor, llama cuando quieras y hablamos.  

(Lo cual no quiere decir que ya me haya inclinado a vivir la vida de Quien Sabe. Pero sé que está abierta la posibilidad)

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