¿A dónde y a qué?
Es tan fácil. Se trata de ir hacia ese sitio que dije que quería llegar, y para eso necesito hacer lo que dije que iba a hacer. Solo que nunca, pasados los primeros días, recuerdo a dónde iba ni a qué. O, lo que es lo mismo, el viejo y conocido vos siempre cambiás de idea se hace presente como sentencia que me invita a abandonar.
No importa lo que fuera que iba a hacer. Si era construir un cuenco, salir a caminar todos los días o simplemente quedarme a tomar mate mirando la luna. Cuando aparece el siempre con lo que sea que contenga la frase, hace que durante dos o tres días quede dando vueltas para recuperar el aire.
Es feo sentir que uno siempre hace lo mismo. Más cuando uno sabe que no debe hacer lo mismo si el objetivo es salir de donde uno está ahora debido a lo que uno hace. Es decir que, si siempre hago lo mismo -abandonar o cambiar de idea- y eso me lleva al lugar de inseguridad original, lo otro que siempre hago es hacer cualquier cosa que me haga sentir que avanzo hacia algún lugar.
De esa manera, avanzan los días y la noria que me deja en el mismo lugar que digo que quiero abandonar: el lugar de indecisión sobre qué hacer.
A dónde y a qué. ¿Es válido el a dónde que me había propuesto? Antes parecía que sí, pero ahora que dudo no lo sé. ¿Y a qué voy?
Para no olvidar mi a dónde y mi a qué del momento, los escribo. Y esta vez mi a qué escrito era: escribir cada día un artículo para el blog. Es un a qué ambiguo. Le falta precisión, claridad. ¿Sobre qué escribir? ¿Para qué público? ¿Qué palabras claves utilizar?
Muchas veces, cuando releo mis planes, siento que no sé cómo es que se hace para hacer lo que digo que quiero hacer. Entonces vuelvo a planificar lo que quiero o creía que quería lograr.
Basta.
Nada de eso me sirve para salir de esta noria. Para dejar de sentir la inseguridad ante la certeza de que pierdo mi tiempo y nunca logro lo que quiero, hoy no reformulo nada.
Perfeccionar el plan es parte de mi no cambiar.