Acabo de terminar de organizar la casa y me siento a escribir. Hoy, organizar la casa fue tender la cama, barrer un poco, prender la estufa, hacer un mate y dar de comer a los bichos; esos compañeros de viaje que -muchas veces- dependen de mi para alimentarse.
Organizar mi vida tiene tres momentos, y el contenido de cada momento puede variar:
En mi infancia ordenar la casa era diferente. Todos los días había tareas de mantenimiento y los sábados tocaba limpieza general en el barrio. La inercia me llevó, durante mucho tiempo, a mantener el ritmo heredado por la familia a pesar de ya no vivír con ella. Organizaba el día como aprendí a hacerlo y, lo curioso, lo comuniqué a mi hija sin cuestionar su validez.
En algún momento aprendí a decidir mi límite del término ordenar la casa. Pero me justificaba, como pidiéndome permiso para no limpiar todo lo que había que limpiar.
Ahora ya no me justifico. Tengo por valiosa esta decisión de preparar un espacio-tiempo adecuado a la necesidad de mi día, y no es el mismo todos los días. Porque no siempre necesito lo mismo.
A veces, como hoy que me urge escribir, hago una pasadita por arribita nomás y me pongo a hacer lo que deseo. Otras, en que estoy embarullada, de malhumor o inquieta, preciso ordenar en serio. No tanto que diga mmm, voy a ordenar la casa, sino que de pronto me encuentro pasando lustre a los muebles, lavando las cortinas y cambiando los muebles de lugar. O puede ser que me dé por ordenar papeles, y es de esos días en que soy capaz de tirar todo sin un ápice de remordimiento.
Da la sensación que el día del siglo XXI dura menos que el del siglo pasado. Noto que la inmediatez, velocidad y hasta simultaneidad con que me llega la información de lo que sucede en todo el mundo, me lleva a percibir que es tarde para lo que vaya a hacer. Siempre me noto inquieta cuando habito demasiado tiempo entre el mundo tecnológico. Porque aunque no me siente a mirar informativos ante la tele, las noticias llegan por los grupos diversos o cuando navego en internet.
Organizar mi día incluye silenciar las notificaciones de las redes.
El tiempo, la velocidad con que suceden las cosas, afectan el espacio. No sé demasiado de Física Cuántica ni necesito saberlo para constatar que los días en que controlo el momento en que reviso el celular, habito más organizada en mi vida que cuando lo atiendo cada vez que suena una notificación.
Por inercia tiendo a estar pendiente a cada cosa que señala el aparato.
Por elección decido cómo usarlo. Y me ayudo poniéndolo en silencio.
No necesito ser experta o maestra espiritual para darme cuenta que, los días que organizo mi rutina con pasos que voy dando en ese momento, los vivo con mayor presencia que cuando ando de un lado para otro como pollo sin cabeza.
Organizar el día, lo puedo hacer. Organizar la vida es la consecuencia.
Sé que quiero lograr ciertas cosas. Sé que para algunas necesito prepararme y para otras sentarme a trabajar. Pero saberlo, pensarlo, no es señal de que vaya a lograrlo.
Antes miraba videos con lo que otros decían que convenía hacer para lograr mis metas.
Ahora me doy cuenta que saber no basta.
Escuchar no basta.
Leer no basta.
Necesito sentarme a escribir hasta el final lo que dije que iba a escribir. Y eso solo pudo ocurrir porque actué paso a paso hasta que llega el momento en que escribo la última palabra.