Las redes

Vivo en una chacra sin animales. La seca no se nota en este campo aunque sí en el de mi vecino. Tiene sobrecarga de animales pues hace un par de meses arrendó a unos muchachos uno de sus tres potreros, para tener otro ingreso. 

La semana pasada fui a ofrecerle el campo de casa. Puede traer bichos de su campo y dejar allá la majada con corderos.

Mi vecino es un hombre mayor. Un día en que andaba caminando se acercó a presentarse. Nunca me hubiera enterado de su presencia si no se hubiera acercado porque vio humo en la casa y quiso asegurarse que no se hubieran metido extraños. Ese día intercambiamos teléfonos, para mantenernos en contacto.

Esta casa estuvo deshabitada durante años. Acercarse a cuidar lo que es de otro es un gesto que hoy la televisión lo declara inexistente. Pero es común en la vida fuera de las pantallas. 

Mi vecino no usa las redes. Establece contacto conversando cara a cara, pausado y sin prisas. Así que, para intercambiar ideas con él o hacerle una propuesta determinada, no queda otra que hacerlo de forma presencial. 

Hace unos días vino a ver el potrero que le ofrecí. Y mientras conversábamos sobre dónde colocar los alambrados eléctricos para que las ovejas no coman los árboles que planté, le comenté que crío lombrices. Su cara fue mezcla de extrañeza y respeto por lo que otro hace, así que le expliqué un poco de qué se trata y para qué se usa el vermicompost.

Ayer llamó por teléfono. Le había comentado de mi producción a los huerteros (así llama al grupo de personas que le arrendó el potrero para hacer una huerta orgánica). Me preguntó si podía darles mi número porque querían hablar conmigo.

Y quedé pensando en el intercambio de beneficios que hicimos por fuera de las redes. Si se quiere, un  intercambio a la antigua. Sin vender, sin cobrar. Por el solo hecho de dar una mano a quien parece que la necesita.

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