Cómo dejar de pensar que pienso mucho, y actuar

Amanecí cargada de pasado y me cuesta centrarme en la tarea presente. Supongo que es parte del proceso de desintoxicación que necesito transitar, como le ocurre a los adictos que quieren sanar.

Sé que, si sigo así, pronto volveré a vivir acelerada. 

Ese pronto volveré a vivir acelerada es un pensamiento que atrae al miedo. Porque acerca el futuro y me hace creer que ya es ahora. 
Pero ahora no vivo acelerada. Entonces, si bien el pensamiento me produjo temor -no quiero volver a actuar a lo loco- una certeza íntima me hizo notar que el solo hecho de darme cuenta es señal de que habito desde otro lugar. 

Mi mente (ego, personalidad o como sea que se llame) sigue trayendo lo que sabe traer. Porque está formulada así. Basta leer libros de neurociencia para descubrir cómo funciona el cerebro. Pero soy más que mi cerebro, aunque él se siente preponderante y el más importante de todos mis órganos. 
Se sube al pedestal porque esta sociedad tecnológica lo tienen ensalzado. 

Cuando se vuelve soberbio le recuerdo que él no soy yo. Que si él muere, si llego a vivir una muerte cerebral, yo puedo seguir viva y él no. Cierto que no podré participar del mundo como lo hago ahora, en que funciona adecuadamente. Pero no te subas al carro, querido, le digo. Sos parte del todo, no el Todo mismo.

Entonces, ahora que volvemos a entendernos, cada uno se ubica en el rol que le corresponde. Recupero mi Atención y la traigo al ahora. 
Cierto que amanecí embarullada en la lucha de lo no hecho y atemorizada por el fracaso futuro. Pero elijo ahora volver al mando, y organizar mis pensamientos. 

No voy a decirle al cerebro cómo tiene que pensar, como tampoco le digo al pulmón cómo tiene que respirar. Eso es meterme en una lucha sin sentido. Permito que piense lo que piensa, pero lo encauzo. 
Eso sí puedo hacerlo. 

Cuando mi mente piensa cosas que me inquietan, mi cuerpo se acelera. Elijo sacar la energía acumulada saltando un rato y moviendo el cuerpo sin ton ni son . Y disfruto al ver que a mi mente le molesta que no haga ejercicio como se debe.
El miedo a no lograr mis metas también es enojo, rabia. Así que le obligo a que se vaya en cada golpe que doy a un almohadón. Mi cuerpo se cansa. Cansada, la inquietud es más simple de manejar.

Me siento a trabajar. Mi cerebro dice que era importante lo que no hice, busca que me sienta culpable. Saco el foco de lo que dice y atiendo a lo que quiero hacer hoy. Releo la lista de lo que había pensado hacer, sin culparme de lo que ya no hice. Hay algo de lo que no hice que aún quiero hacer, así que vuelvo a darle lugar en mi agenda.

Cierto que no puedo hacer lo que había planeado de la misma manera en que lo había pensado. Había pensado escribir sobre un tema y no logro que me interese hacerlo. 
Viste, dice mi miedo, viste que no podés
Y me pongo a escribir igual. 

Al principio dudo, doy vueltas, me detengo, hasta que comienzo a escribir sin parar lo que viene a mi cabeza: reproches, insultos, deberías, broncas contra mi antigua manera de ser que hace que una y otra vez caiga en los mismos patrones de conducta. Y como un caballo desbocado galopan las palabras sin que pueda ejercer control alguno sobre ellas. Se va llenando la hoja en blanco. 

Va surgiendo cierta consciencia y logro pensar una expresión diferente a la que el impulso original proponía. Es señal de que el caballo percibe algunas de mis órdenes. 
Sé que gané la batalla.

Poco a poco recupero el control de las palabras. Escribir puedo, le digo a mi cerebro. Y voy a cambiar el tema.
Borro la verborragia de insultos encabritados y comienzo a describir la lucha que tuve esta mañana en que desperté tentada a consumir la droga de la desvalorización.

No sé en qué se beneficia mi vieja personalidad de alimentar la culpa, y no me interesa averiguarlo. Lo que me interesa es verla, aceptar que sucede, y aprender a dejarla al descubierto. De esa forma no tiene poder en mí.

Paso a paso actúo de acuerdo a cómo quiero vivir. Porque el fin último, el lograr lo que deseo, puede ser el mismo que propone mi cerebro. Pero los medios hacen la diferencia. 
No te olvides, Vero: El fin no justifica los medios.    

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